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Domingo 01 de Junio de 2003

Hace unos días visitaba España Paul Krugman, economista y colaborador de The New York Times. El tema elegido para su conferencia no podía ser de más actualidad: los excesivos salarios de los ejecutivos estadounidenses.

Así, según el New York Times, mientras que en 1970 el típico presidente de una compañía norteamericana media percibía un millón de dólares, a finales de los noventa la cifra se acercaba a los cuarenta millones de dólares. Todo en términos reales. Medios de comunicación poco sospechosos, como Fortune o The Economist, han dado la voz de alarma sobre este fenómeno, que entienden provoca desconfianza sobre el sistema de mercado. No es para menos; durante el año 2002, la retribución media del primer ejecutivo de una compañía norteamericana alcanzó los 10.83 millones de dólares. A pesar de las tormentas bursátiles.

Existen al menos dos explicaciones para este fenómeno; la optimista, que entiende que los salarios percibidos por los ejecutivos de las grandes empresas vienen determinados por la oferta y la demanda de talento; y la menos optimista, que entiende que las retribuciones tienen que ver con el funcionamiento de los consejos de administración y con cómo se fijan los salarios de los ejecutivos. Respecto de lo primero, las compañías suelen declarar que “la retribución será competitiva con las retribuciones del sector”. Se pretende dar a entender que la retribución viene fijada por las leyes de la oferta y la demanda. Éste sería el caso si efectivamente existiera un mercado para altos ejecutivos; esto es, si los presidentes tuvieran rápido acomodo en otras empresas percibiendo un salario, al menos, similar al anterior. Como es sabido, éste no es siempre el caso. Además, esta explicación encuentra difícil acomodo con las estratosféricas indemnizaciones por despido habituales. Según Fortune, la indemnización media por despido para primeros ejecutivos norteamericanos fue, durante 2002, de 16.5 millones de dólares. Esto es, también la impericia, que acaba conduciendo al despido, resulta sumamente lucrativa.

La segunda explicación es más cercana a la realidad; con la actual configuración de los consejos de administración, en la que los ejecutivos siguen jugando un papel crucial en los nombramientos de consejeros, son los propios ejecutivos los que, en último término, acaban determinando cuales son sus salarios. En definitiva, son ellos los que nombran a las personas que van a determinar su sueldo. En palabras de Krugman, no es la mano invisible del mercado, sino el apretón de manos invisible del consejo de administración, quién fija el salario.

Este fenómeno ha producido lo que The Economist denominó “revuelta de los accionistas”. Durante los últimos tiempos, los ejecutivos de las compañías norteamericanas y británicas lo tienen cada vez más difícil para conseguir que los accionistas de sus compañías permanezcan callados ante los paquetes retributivos recibidos por los altos ejecutivos. Incluso los inversores institucionales, tradicionalmente perezosos en lo que se refiere a llevar la contraria a los administradores de las empresas, han adoptado en el último año una actitud combativa. La transparencia informativa permite combatir los abusos.

El fenómeno de crecimiento de los salarios no es exclusivamente anglosajón; también en España parece observarse un fenómeno similar. Baste recordar que, de acuerdo al último informe de Heidrick & Struggles, los salarios recibidos por los consejeros de empresas españolas son los más altos de Europa; también, que la indemnización por cese recibida por dos ex altos ejecutivos de SCH, Corcóstegui y Amusátegui, haría palidecer de envidia a muchos ejecutivos norteamericanos. La diferencia fundamental con Estados Unidos radica en que aquí no sabemos con exactitud lo que cobran los ejecutivos; las empresas españolas, a diferencia de las norteamericanas, no destacan por su transparencia a la hora de informar acerca del salario de sus altos ejecutivos; todo ello a pesar de las recomendaciones internacionales en la materia.

Además, cuando lo hacen, la manera en que algunas compañías españolas informan sobre la remuneración de sus consejos puede llevar a confusión. Una comparación somera de los datos sobre retribución del consejo de administración remitidos por algunas empresas a la CNMV, con la información publicada en los informes anuales de esas compañías permite observar que hay discrepancias; cuando se trata de consejeros ejecutivos, la información individualizada proporcionada se refiere únicamente al salario como consejero de la compañía, sin incluir el salario como ejecutivo. Las diferencias entre uno y otro son sustanciales. Una llamada al departamento de relaciones con inversores de una de estas compañías obtuvo la siguiente respuesta: “Por supuesto que no incluye el salario del presidente. ¿Le diría Vd. a todo el mundo lo que cobra?” Pues sí, sobre todo a los propietarios de la compañía en la que trabajo.

Ramón Pueyo
Economista
Fundación Ecología y Desarrollo
ramon@ecodes.org

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