En modo humildad
El pabellón de los pueblos indígenas es vecino del pabellón de la Unión Europea. A dos metros coexisten dos lógicas: la lógica de una economía que avanza orgullosa de su desarrollo tecnológico, destruyendo la biosfera, y la lógica de las pequeñas comunidades indígenas que desde generaciones aceptan la dependencia de la naturaleza.
Para las economías del mundo occidental, en general, el dinero es el Dios verdadero. Para las comunidades indígenas, al menos hasta anteayer, la garantía de un futuro seguro era el trueque y la ayuda mutua con el resto de miembros de la pequeña comunidad; y su Dios, con uno u otro nombre, era y es la madre naturaleza.
Contra lo que muchas personas piensan, las culturas ancestrales tienen mucho que enseñarnos. La biomimesis, concepto clave de la economía circular, significa que debemos imitar a la naturaleza, que por muy vieja es más sabia que nosotros, porque a lo largo de millones de años de experimentación y errores continuos ha aprendido mucho. Quienes le han prestado más atención a la naturaleza, y se la siguen prestando, son las comunidades indígenas.
Tenemos que aprender mucho de los saberes ancestrales que las sociedades humanas hemos acumulado, el legado de nuestros antecesores. Allí hay una enorme decantación de lecciones aprendidas a través de generaciones y generaciones.
Si queremos tener éxito en los desafíos que comporta la construcción de una economía neutra en carbono y circular deberíamos aprender de los saberes ancestrales lejanos y de los cercanos, la cultura de nuestras abuelas y de nuestros abuelos. Necesitamos mucha innovación, pero muy posiblemente tenemos que practicar más la retro-innovación, basada en el aprendizaje y adaptación del enfoque de las culturas tradicionales.
Hay algo que sí emparenta a los dos pabellones. Las comunidades indígenas han sobrevivido a lo largo del tiempo con una gran herramienta: la cooperación. Y la Unión Europea también es hija de la cooperación entre aquellos países que libraban guerras recurrentes. Y para lograr tener éxito en el programa común de la humanidad, los 17 ODS y el Acuerdo de París, la cooperación para buenos fines es el factor clave. Estamos viviendo una encrucijada civilizatoria y la salida es más cooperación.
Los pueblos indígenas lejanos y los saberes tradicionales de nuestras propias sociedades tienen mucho que enseñarnos. Pero para eso tenemos que ponernos en modo humildad.
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