Muchos asuntos se están discutiendo en la Comisión, Parlamento y Consejo Europeos. Creemos que nos son ajenos, pero nos afectarán, antes de lo que creemos.

Parar un momento, alejarse un par de pasos y ver la situación en su conjunto. Son buenas recomendaciones que nos sirven en distintos puntos de la vida, pero que parecen ser cada vez más difíciles de aplicar. Lo urgente se prioriza sobre lo importante, y cada vez hay más cosas urgentes: el sobrecalentamiento de nuestra casa durante este verano, el precio de la electricidad y las dudas sobre si va a haber gas natural o no de cara a este invierno nos fuerzan a centrarnos en el aquí y el ahora, en intentar resolver los problemas actuales de la forma más rápida posible.

Sin embargo, entender nuestro contexto es un ejercicio necesario. Nos permite anticiparnos a los posibles escenarios futuros y redirigir nuestros esfuerzos hacia unos objetivos a largo plazo. Es algo sobre lo que seguramente no nos paramos a pensar, pero vivimos dentro de la Unión Europea, y las decisiones que en su seno se toman nos afectan, o nos afectarán. En este momento, los temas que se discuten en el marco de la Unión Europea parecen lejanos e irrelevantes, pero son discusiones que ya tienen, y sobre todo, van a tener un gran impacto sobre nuestras formas de hacer. 

En el ámbito de la vivienda y la edificación, por ejemplo, vamos a tener que centrarnos más en rehabilitar que en construir —algo que ya deberíamos saber desde 2008-2012, pero que aún nos cuesta interiorizar—. En torno a esto, se están discutiendo las llamadas normas mínimas de eficiencia energética, según las cuales todos los edificios, a partir de cierto año, tendrán que haber alcanzado una cierta calificación energética. Es muy importante que seamos conscientes de esto, igual que cada cierto tiempo tenemos que pasar la ITV con nuestro vehículo, para asegurar que está en buen estado y no pone en peligro la vida de los demás, unas viviendas o edificios poco eficientes nos hacen consumir más energía, algo que como sabemos cada vez más, no nos sobra y es responsabilidad de todos. 

No es solo importante el qué hacemos, sino también el cómo. Una construcción cada vez más ajena al lugar nos ha llevado a usar y abusar del hormigón armado, pero a día de hoy el uso del hormigón supone una cantidad de emisiones de CO2 que solo es superada por el carbón, el petróleo y el gas natural. Necesitamos hacer uso de otros sustentos para nuestros edificios.

¿Son esto razones para enfadarse con las administraciones europeas? ¿Debemos creer que se nos están imponiendo obligaciones que no son ni necesarias ni justas? No, no solo eso, sino que es necesario hacer más. Hacer más para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, hacer más para consumir menos energía, y hacer más para que todas podamos vivir en mejores condiciones.

Quienes ya nos lo podemos permitir —tanto particulares como empresas y administraciones—, tenemos que ponernos a ello ya, entre otras muchas cosas, porque con los precios de la electricidad y los combustibles es una inversión que se amortiza cada vez antes. Y en cuanto a quienes no pueden, es necesario darles ayudas económicas y técnicas para que también puedan llevar a cabo estas rehabilitaciones. Primero, para que todos podamos mejorar nuestras condiciones de vida sin dejar a nadie atrás, y segundo, porque la energía y el medio ambiente nos atañen a todos y cada uno de nosotros.

En esta iniciativa participan:

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