Entendemos la alimentación sostenible como aquella que contempla la salud de las personas y de los ecosistemas, y preserva las mejores condiciones para el desarrollo de la producción de alimentos en el futuro. La alimentación sostenible debe ser segura, exenta de tóxicos o contaminantes físicos, químicos o biológicos que puedan provocar efectos a largo plazo.
Debe evitar el uso de tecnologías que pueden ser una amenaza para la biodiversidad, como el uso de variedades transgénicas, y debe reducir su contribución al cambio climático y la huella ambiental, priorizando el consumo de alimentos de variedades autóctonas, de proximidad, de temporada y producidos con prácticas agroecológicas; y además debe ser asequible a toda la población.